“La
tarde era abrasadora. La vieja mendiga de la esquina se había quedado dormida
sobre la cesta de los melones. El sol parecía estar zumbando en el cielo. Flush
tomó el camino -tan conocido para él- del mercado, trotando a lo largo de los
muros, que le daban sombra. La plaza estaba animadísima con los toldos, los
tenderetes y la policromía de las sombrillas. Las vendedoras, junto a las
canastas de frutas; las palomas, revoloteando, el repique de las campanas; los
látigos que restallaban… Los perros mestizos florentinos -con su variedad e
colores- corrían en todas direcciones, husmeándolo todo. Bullicio de colmena y
calor de horno. Flush buscaba la sombra”.
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