En el museo me dejaron una carta
A mí que no sé leer. No hay escuelas
Para plumípedos prematuros soñados
Por la nieta del carpintero. Aunque
No sé leer, sospecho una carta de amor
Con palabras elegantes, del tipo:
“Estimada porcina del bosque Vano
Es usted rosada mota de luz para los ojos
Sus garras trípticas merecen
La melodiosa risa del sirirí…”
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