III
En la plaza hay mucha gente;
niños turbulentos que pasan gritando, agitados; ancianos que, apartados,
conversan sobre los asuntos del pueblo, hablando por lo bajo, suave,
sentenciosamente; madres que, llenas de resquemores, miran con sano orgullo
hacia el camino por el que aparecerán sus niños; y al final llegan ellas,
tímidas ruborosas. Entonces se unen a la ronda; ya no cantan, giran, bailan,
saltan, y los abrazos se tornan más vivos y las miradas más apasionadas;
exaltación del placer y del amor; ellas están entregadas al amor, al ideal y a
la poesía.
Ésa es la imagen de mi vida y mi
corazón, de mi alma y mi fin…
Una ronda de amor girando por
toda la eternidad.
Agosto de
1877
Odilon Redon (fragmento)
La única distracción era ir al
teatro de títeres por la noche. La idea había venido a un escultor con cabeza
de rey asirio que se jactaba de haber sido alumno de un maestro de moda, y que
en la sociedad que frecuentaba era muy estimado porque tocaba la flauta, lo que
por lo demás hacía bastante mal. Estos espectáculos de títeres no mostraban
toda la apacible ingenuidad que habría podido esperarse de ellos; a veces el
manipulador de los títeres, individuo histérico y propenso a la crisis de
epilepsia, mover sus hombrecitos de ojos cretenses, recortados en cartón,
comenzaba a soltar tales alaridos que los contramaestres, despertándose
sobresaltados, saltaban de la cama y corrían a las sirenas.
Giorgio de Chirico – Hebdómeros (fragmento)