V
No es solamente en la semilla o en la flor, sino en la planta entera, tallo, hojas y raíces, donde se descubre, si quiere uno inclinarse un instante sobre humilde trabajo, numerosas huellas de una inteligencia perspicaz. Recordad los magníficos esfuerzos hacia la luz de las ramas contrariadas, o la ingeniosa y valiente lucha de los árboles en peligro. Yo no olvidaré nunca el admirable ejemplo de heroísmo que me daba el otro día, en Provenza, en las agrestes y deliciosas gargantas del Lobo, embalsamadas de violetas, un enorme laurel centenario. Se leía fácilmente en su tronco atormentado y por decirlo así convulsivo todo el drama de su vida tenaz y difícil. Un pájaro o el viento, dueño de los destinos, había llevado la semilla al flanco de una roca que caía perpendicularmente como una cortina de hierro; y el torrente, inaccesible y solitario, entre las piedras ardientes, estériles. Desde las primeras horas, había enviado las ciegas raíces a la larga y penosa busca del agua precaria del humus. Pero eso no era más el cuidado hereditario de una especie que conoce la aridez del Mediodía. El joven tronco tenía que resolver un problema mucho más grave y más inesperado: partía de un modo vertical, de modo que su cima, en vez de subir hacía el cielo, se inclinaba sobre el abismo. Había sido pues necesario, a pesar del crecimiento peso de las ramas, corregir el primer impulso, acodillar, tenazmente, ras con ras de la boca, el tronco desconcertado, y mantener así –como un nadador que echa atrás la cabeza-, con una voluntad, una tensión y una contracción incesante, derecha y erguida en el aire, la pesada y frondosa corona de hojas.
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