miércoles, 19 de agosto de 2020

de "Pequeño mundo ilustrado"

 

País tenebroso: Bruno Schulz

 

El relato, que figura en Las tiendas de color canela y se titula “Teoría de los maniquíes”, gira, como casi todo en Schulz, en torno a la figura del padre. Allí, ese prestidigitador que es capaz de escribir un “Esbozo del sistema general del otoño” o de crear un Museo de Pájaros en su propia casa con tal de defender “la causa perdida de la poesía” pronuncia las más álgidas e impertinentes tesis sobre la creación. Claro que, con el padre de Schulz (y con Schulz), nunca se sabe. Porque ese hombre tan hábil para romper el tedio con insólitas historias, es también aquél que la mucama Adela puede manejar a su arbitrio, con sólo alzar su falda y dejar ver su zapatito de charol. Entonces no hay discurso que valga, ese pastor de una religión pagana cae fulminado. Y se queda ahí, babeando, a cuatro patas, como una idólatra servil.

He aquí el país tenebroso de Bruno Schulz. Algo que empieza como certeza acaba en tembladeral, algo que parece luz deviene ruina anticipada. Como Kantor que, en La clase muerta, hizo regresar al aula escolar a los ancianos, cargando a sus espaldas al niño-maniquí, Schulz supo ver la infancia muerta como desastre ontológico. (el film de Wojciech Has, La Clesydre, lo muestra bien). Por eso, tal vez, imaginó una República de los Sueño para oponerse a la indigencia de nuestro mundo adulto.

Maniquí: baratija, ser victorioso de la nada. La poesía, escribió Schulz, es un cortocircuito entre el sentido y las palabras.




 

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