País tenebroso: Bruno Schulz
El relato,
que figura en Las tiendas de color canela y se titula “Teoría de los maniquíes”,
gira, como casi todo en Schulz, en torno a la figura del padre. Allí, ese prestidigitador
que es capaz de escribir un “Esbozo del sistema general del otoño” o de crear
un Museo de Pájaros en su propia casa con tal de defender “la causa perdida de
la poesía” pronuncia las más álgidas e impertinentes tesis sobre la creación.
Claro que, con el padre de Schulz (y con Schulz), nunca se sabe. Porque ese
hombre tan hábil para romper el tedio con insólitas historias, es también aquél
que la mucama Adela puede manejar a su arbitrio, con sólo alzar su falda y
dejar ver su zapatito de charol. Entonces no hay discurso que valga, ese pastor
de una religión pagana cae fulminado. Y se queda ahí, babeando, a cuatro patas,
como una idólatra servil.
He aquí el
país tenebroso de Bruno Schulz. Algo que empieza como certeza acaba en
tembladeral, algo que parece luz deviene ruina anticipada. Como Kantor que, en
La clase muerta, hizo regresar al aula escolar a los ancianos, cargando a sus
espaldas al niño-maniquí, Schulz supo ver la infancia muerta como desastre
ontológico. (el film de Wojciech Has, La
Clesydre, lo muestra bien). Por eso, tal vez, imaginó una República de los
Sueño para oponerse a la indigencia de nuestro mundo adulto.
Maniquí:
baratija, ser victorioso de la nada. La poesía, escribió Schulz, es un
cortocircuito entre el sentido y las palabras.
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