Lum recibe el agua en su cuerpo y al
sumergirse nada. Debe hacer lo que se ha propuesto, liberarse de eso que le
oprime la mente. Se mantiene a flote sujetándose de unas raíces y el abrigo
uterino de la laguna termina por serenarla.
Lum bracea desde lo profundo. Se mueve
lentamente aguantando sobre su cabeza y se acerca como un predador a la altura
de su espalda. Tira de las ropas de Carranza, lo sujeta de la cintura con sus
piernas, lo atenaza, clava con firmeza la navaja y vuelve a clavarla una y otra
vez entre las costillas. El grito del hombre no puede desprenderse de esas
piernas, pero trata de soltarse hasta su cuerpo se afloja y deja de respirar.
La rabia de Lum termina por aplacarse. Un
flujo de sentimientos extraños se apodera de ella al ver la sangre manar.
Mira el cadáver flotando. Le resulta ajeno
aunque haya sido ella quien lo mató.
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